miércoles, 6 de septiembre de 2017
viernes, 1 de septiembre de 2017
Arrebatado, parte 21
César y Lumila se han refugiado en una nave industrial. Pueden escuchar el intenso sonido del rotor de un helicóptero de la policía que no les ha perdido el rastro en su huida a través de la zona.
“¡Sin duda tiene visión térmica y por eso no lo podemos perder! Lumila, cuando veníamos corriendo hacia aquí, pude ver que tras este edificio pasa un río. Tengo una idea. Huyamos en esa dirección y saltemos al agua.”
Lumila solo se lo queda viendo, con los ojos muy abiertos, en shock por lo experimentado desde esta tarde y ahora el ser objeto de una persecución, como si ellos fueran ratones. En su posición, de cuclillas en el suelo, y recargados contra contenedores, César tiene que sacudirla para que ella reaccione. Y gritando para hacerse escuchar contra el ruido de la aeronave:
“¡Hey! ¡Lumila! Tranquila, si perdemos la concentración estaremos definitivamente perdidos.”
César ahora escucha una disminución en el timbre del rotor del helicóptero.
“¡Se elevan! Tal vez están señalando así su posición a fuerzas de tierra. Lumila, escúchame con atención, a la de tres, salimos corriendo, rodeamos el edificio, corremos hasta el canal y, saltamos al agua. ¿Entendido?”
Lumila sigue pasmada, ida.
“Está bien, ahí va, ¡uno! ¡dos! ¡TRES!”
César jala a Lumila de la muñeca derecha, con un fuerte empujón abre la gran puerta de la nave industrial y a señas le indica a Lumila que dirección tomar. Tienen suerte, él voltea al cielo y ve que el helicóptero ahora está a gran altura. César ya nota cercano el borde del canal y al mismo tiempo que salta, cierra los ojos y aguanta la respiración.
Lumila, está muy asustada como para poder gritar. Un intento de grito se le atora en la garganta y un gesto de terror se le dibuja en el rostro.
Ella se hunde con los ojos y la boca abierta, al emerger, ella siente una repugnancia absoluta, ¡es agua hedionda! Y ahora en su mente se atropellan sentimientos de asco, vergüenza, repugnancia.
Por fortuna el canal no es profundo; ahora Lumila está temblando de frío. César le señala un lugar en el banco del canal, no muy lejano.
“¡Mira! Bajo ese puente vehicular podermos fácilmente escalar hacia la superficie. Apúrate antes de que nos localice el helicóptero.”
César escala con facilidad el no muy alto banco, jalando tras de sí a Lumila. Al llegar al nivel de la calle, él puede darse cuenta que se hallan precisamente donde termina el distrito industrial; de un lado del canal hay naves industriales, fábricas y bodegas, del otro lado: casas y bajos edificios de apartamentos.
“Mira Lumila, ¿ves esa caseta de vigilancia? Por lo general siempre están ocupadas por guardias de seguridad privada; es poco probable que las fuerzas de seguridad se hallan comunicado con la seguridad privada de este vecindario, alertándolos de nuestra búsqueda. Acerquémosnos a pedirle ayuda.”
Lumila, tiembla de frío violentamente, y se frota ella misma, César al darse cuenta le frota la espalda, los brazos. Lumila se siente tan mal que, no tiene tiempo de darle connotación sexual a los frotamientos que César le hace. En cualquier otro día ella se hubiera sentido sumamente emocionada.
Al fin llegan a la caseta y, pueden ver a un guardia delgado, moreno y canoso dormido, recargado contra uno de los cristales. Frente a él hay un monitor que despliega la imágen procedente de nueve cámaras de circuito cerrado; todas mostrando una noche tranquila.
César le toca al cristal, tiene que insistir porque el guardia está profundamente dormido. Cuando finalmente se despierta, pasan varios segundos mientras éste conecta su cerebro y recuerda dónde está y qué está haciendo.
“Oiga buen hombre, ¿puede ayudarnos? ”
“¿Qué? ¿qué? ¿qué les pasa?”
“Mire, mi compañera y yo veníamos de regreso de la planta cuando, ella resbaló al fondo del canal y yo tuve que meterme para ayudarla a salir. Necesitamos bañarnos, cambiarnos.”
Mostrando la característica suspicacia de la gente pobre, el guardia privado le responde.
“A ver, si venían caminando de regreso de su trabajo de la planta, es porque su lugar de residencia no puede estar muy lejos de la zona industrial, ¿por qué no caminan hasta su casa de una buena vez?”
“Mire amigo, ¿cómo se llama?”
“Engie Tamon”
“Mire Engie, ¿no ve como mi amiga está al punto de la hipotermia? Necesitamos urgentemente ayuda.”
Engie se lo queda viendo y, la empatía que la súplica de César le causa le mueve a actuar.
“Mire, en la planta baja de ese edificio de enfrente, mis compañeros y yo tenemos asignado un departamento para descansar, cocinarnos, usar el baño, etc. Los voy a llevar pero, no pueden permanecer más que esta noche, al amanecer tienen que marcharse.”
“¡Muchas gracias Engie! No sabe como le vamos a estar agradecidos.”
Engie se agacha bajo la superficie sobre la que está el monitor y saca un llavero que contiene docenas de llaves distintas.
“¡Vamos rápido!”
Les dice, y desplegando una gran memoria, con la primera llave que toma, le echa llave a la caseta de vigilancia. Y se adelanta a César y Lumila mostrándoles el camino. Llegan ante un pequeño edificio de tres niveles.
Una vez más, y casualmente, mostrando su prodigiosa memoria, con la primera llave que coge del llavero, abre la reja de entrada. César puede darse cuenta que la gente de Ciudad Capital goza de un mayor nivel económico. La planta baja del edificio es el garage y él puede ver seis vehículos, nuevos y bastante bonitos.
“Síganme, al fondo se encuentra el departamento que los guardias de seguridad tenemos asignado.”
Y César una vez más se queda fascinado, como a la primera, la llave cogida por Engie abre la puerta del departamento.
“¡Entren! ¡entren! Hay un cuarto de lavado con secadora. Pueden comer algo, claro, siempre y cuando lo paguen.”
“No se apure amigo Engie, y, ¿dónde está el baño?”
“Es esa puerta al fondo.”
Engie camina hacia una puerta metálica, con cristales en la parte superior, y la abre.
“Aquí, en el patio trasero, está la lavadora y la secadora. El patio está techado, pueden esperar cómodamente, cubiertos en toalla mientras su ropa está lista.”
Escuchan que Lumila sale corriendo y luego, la puerta del baño cerrarse de golpe.
“Que bueno que se apuró a meterse a bañar, así mojada ya se estaba poniendo muy mal.” César le comenta al guardia Engie.
Después de varios minutos, en los que a César incluso se le pasó el frío y apenas y notaba lo apestoso de sus ropas, él estaba charlando amenamente con Engie sobre la familia de este último, y entonces escuchan un grito que los hace sobresaltarse. Se trata de Lumila, quien sale, apenas cubierta por una toalla, debido al gran tamaño de ella.
“¡No me vean! ¡no me vean!”
“Lumila, tranquila. Mira, en la lavadora Engie ya nos hizo el favor de ponernos detergente y suavizante.”
Lumila pasa corriendo, aterrorizada, frente a César y Engie, en dirección al cuarto de lavado.
“Bueno, tiene razón, está casi desnuda. Engie ahora es mi turno de irme a bañar. Por cierto, no vayas a intentar nada contra ella.”
“¡Por favor César! ¿por quién me toma? No soy ese tipo de hombres.”
Engie, decide mejor retirarse a la caseta de vigilancia, para evitar cualquier tipo de malentendido.
Horas después, ya en la madrugada, César y Lumila están sentados en la mesa de la cocina, tomando crafté. Ya bañados, recuperados del frío y sus ropas lavadas y secas.
En el monitor, César aburrido le cambió a todos los canales. Por lo visto aquí en este mundo, también de madrugada transmiten películas viejas y desconocidas que son verdaderas joyas. A César le cautivó una película de jovenes en un salón de clases. El profesor al que le estaban faltando el respeto, un hombre de aspecto hispano como César, impone su autoridad en cuanto se pone serio, y los alumnos, como consecuencia, se quedan expectantes.
“¡A ver clase! ¡Silencio! ¡Martínez! ¡Cállate! Vamos a hacer un ejercicio para demostrarles los peligros de no cuestionar a la autoridad”
El profesor de la película toma un gran toma un libro y le ordena a uno de sus alumnos:
“¡Camacho! Pasa al frente.”
El alumno, delgado, blanco, rubio, estaba distraído, murmurándole cosas a una atractiva alumna junto a él. El profesor le toma la mano izquierda, le voltea la palma hacia arriba, le coloca el libro en ella, luego se quita su anillo de plata que lleva en su mano izquierda y lo pone parado de canto sobre el libro.
“Camacho, en el menor tiempo posible, recorre el salón hasta el fondo y te vienes de regreso conmigo al frente.”
La clase se rie adivinando lo que a continuación va a ocurrir, el anillo va a rodar al piso en cuanto Camacho trote apresurado hacia el fondo del salón. Camacho se pone en marcha y, en efecto, el anillo rueda, por fortuna él lo atrapa en el aire y, sonriente regresa con el profesor y le entrega el libro y el anillo.
El profesor, juguetonamente, se lamenta en voz alta con su peculiar:
“Ay, ay, ay, ay.”
Y meneando la cabeza viendo al suelo señala a la guapa alumna a la que Camacho le está haciendo la corte.
“Frisia, ve tú, inténtalo.”
Ella se levanta sonriente de su pupitre. El profesor le coloca el libro, igualmente, pero ahora en su palma derecha hacia arriba, coloca de nuevo el anillo parado de canto en el centro y, también le repite a ella, que en el menor tiempo posible vaya al fondo del salón y regrese.
Y ahora, apenas al dar unos pasos veloces, el anillo en esta ocasión sí cae al suelo y rueda hasta chocar contra una pared. Una alumna lo recupera y se lo lleva al profesor.
“¡Ah! Pues simplemente no se puede profesor. Apenas uno camina y el anillo rueda. Uno tendría que ir muy despacio.”
Le comenta Ernst Schummer, el presidente de la clase, y el profesor, sacude violentamente su brazo derecho hacia él, pero se dirige a toda la clase.
“¡Yo no establecí un tiempo mínimo!, solamente dije que se hiciera el recorrido en el menor tiempo posible.”
“A ver, hágalo usted profesor.”
Schummer lo reta.
“¡Enseguida! ¡Ven Schummer! Colócame el libro con el anillo encima en la palma de la mano.”
Schummer se para y camina hacia el profesor, toma el libro y el anillo, que le son ofrecidos por el profesor. El profesor levanta su mano izquierda y Schummer le coloca el libro sobre la palma y el anillo lo para de canto en el centro del libro.
El profesor luego de esto, voltea a ver a Schummer, le sonríe, acuesta el anillo, y lo coloca bajo su pulgar izquierdo para sostenerlo, y a continuación sale caminando a paso veloz hacia el fondo del salón para luego regresar al frente.
Los alumnos protestan.
“¡Hizo trampa! ¡No se vale! ¿Por qué no equilibró el anillo?”
El profesor ejecuta una danza de la victoria y luego levanta sus brazos para silenciarlos.
“¡Hey! ¡hey! ¡hey! ¡silencio! Les acabó de dar una de las lecciones más importantes de sus vidas. Yo en ningún movento restringí el ejercicio a que, el anillo tuviera que estar pararo sobre su canto.
Si algo no está explícitamente prohibido ¿por qué no hacerlo? Y, no sigan ciegamente a las figuras de autoridad, sin cuestionarlas. ¿Qué tal si les están indicando hacer algo incorrecto o inmoral?
No entreguen alegremente sus cerebros a cualquiera.”
“¡Sin duda tiene visión térmica y por eso no lo podemos perder! Lumila, cuando veníamos corriendo hacia aquí, pude ver que tras este edificio pasa un río. Tengo una idea. Huyamos en esa dirección y saltemos al agua.”
Lumila solo se lo queda viendo, con los ojos muy abiertos, en shock por lo experimentado desde esta tarde y ahora el ser objeto de una persecución, como si ellos fueran ratones. En su posición, de cuclillas en el suelo, y recargados contra contenedores, César tiene que sacudirla para que ella reaccione. Y gritando para hacerse escuchar contra el ruido de la aeronave:
“¡Hey! ¡Lumila! Tranquila, si perdemos la concentración estaremos definitivamente perdidos.”
César ahora escucha una disminución en el timbre del rotor del helicóptero.
“¡Se elevan! Tal vez están señalando así su posición a fuerzas de tierra. Lumila, escúchame con atención, a la de tres, salimos corriendo, rodeamos el edificio, corremos hasta el canal y, saltamos al agua. ¿Entendido?”
Lumila sigue pasmada, ida.
“Está bien, ahí va, ¡uno! ¡dos! ¡TRES!”
César jala a Lumila de la muñeca derecha, con un fuerte empujón abre la gran puerta de la nave industrial y a señas le indica a Lumila que dirección tomar. Tienen suerte, él voltea al cielo y ve que el helicóptero ahora está a gran altura. César ya nota cercano el borde del canal y al mismo tiempo que salta, cierra los ojos y aguanta la respiración.
Lumila, está muy asustada como para poder gritar. Un intento de grito se le atora en la garganta y un gesto de terror se le dibuja en el rostro.
Ella se hunde con los ojos y la boca abierta, al emerger, ella siente una repugnancia absoluta, ¡es agua hedionda! Y ahora en su mente se atropellan sentimientos de asco, vergüenza, repugnancia.
Por fortuna el canal no es profundo; ahora Lumila está temblando de frío. César le señala un lugar en el banco del canal, no muy lejano.
“¡Mira! Bajo ese puente vehicular podermos fácilmente escalar hacia la superficie. Apúrate antes de que nos localice el helicóptero.”
César escala con facilidad el no muy alto banco, jalando tras de sí a Lumila. Al llegar al nivel de la calle, él puede darse cuenta que se hallan precisamente donde termina el distrito industrial; de un lado del canal hay naves industriales, fábricas y bodegas, del otro lado: casas y bajos edificios de apartamentos.
“Mira Lumila, ¿ves esa caseta de vigilancia? Por lo general siempre están ocupadas por guardias de seguridad privada; es poco probable que las fuerzas de seguridad se hallan comunicado con la seguridad privada de este vecindario, alertándolos de nuestra búsqueda. Acerquémosnos a pedirle ayuda.”
Lumila, tiembla de frío violentamente, y se frota ella misma, César al darse cuenta le frota la espalda, los brazos. Lumila se siente tan mal que, no tiene tiempo de darle connotación sexual a los frotamientos que César le hace. En cualquier otro día ella se hubiera sentido sumamente emocionada.
Al fin llegan a la caseta y, pueden ver a un guardia delgado, moreno y canoso dormido, recargado contra uno de los cristales. Frente a él hay un monitor que despliega la imágen procedente de nueve cámaras de circuito cerrado; todas mostrando una noche tranquila.
César le toca al cristal, tiene que insistir porque el guardia está profundamente dormido. Cuando finalmente se despierta, pasan varios segundos mientras éste conecta su cerebro y recuerda dónde está y qué está haciendo.
“Oiga buen hombre, ¿puede ayudarnos? ”
“¿Qué? ¿qué? ¿qué les pasa?”
“Mire, mi compañera y yo veníamos de regreso de la planta cuando, ella resbaló al fondo del canal y yo tuve que meterme para ayudarla a salir. Necesitamos bañarnos, cambiarnos.”
Mostrando la característica suspicacia de la gente pobre, el guardia privado le responde.
“A ver, si venían caminando de regreso de su trabajo de la planta, es porque su lugar de residencia no puede estar muy lejos de la zona industrial, ¿por qué no caminan hasta su casa de una buena vez?”
“Mire amigo, ¿cómo se llama?”
“Engie Tamon”
“Mire Engie, ¿no ve como mi amiga está al punto de la hipotermia? Necesitamos urgentemente ayuda.”
Engie se lo queda viendo y, la empatía que la súplica de César le causa le mueve a actuar.
“Mire, en la planta baja de ese edificio de enfrente, mis compañeros y yo tenemos asignado un departamento para descansar, cocinarnos, usar el baño, etc. Los voy a llevar pero, no pueden permanecer más que esta noche, al amanecer tienen que marcharse.”
“¡Muchas gracias Engie! No sabe como le vamos a estar agradecidos.”
Engie se agacha bajo la superficie sobre la que está el monitor y saca un llavero que contiene docenas de llaves distintas.
“¡Vamos rápido!”
Les dice, y desplegando una gran memoria, con la primera llave que toma, le echa llave a la caseta de vigilancia. Y se adelanta a César y Lumila mostrándoles el camino. Llegan ante un pequeño edificio de tres niveles.
Una vez más, y casualmente, mostrando su prodigiosa memoria, con la primera llave que coge del llavero, abre la reja de entrada. César puede darse cuenta que la gente de Ciudad Capital goza de un mayor nivel económico. La planta baja del edificio es el garage y él puede ver seis vehículos, nuevos y bastante bonitos.
“Síganme, al fondo se encuentra el departamento que los guardias de seguridad tenemos asignado.”
Y César una vez más se queda fascinado, como a la primera, la llave cogida por Engie abre la puerta del departamento.
“¡Entren! ¡entren! Hay un cuarto de lavado con secadora. Pueden comer algo, claro, siempre y cuando lo paguen.”
“No se apure amigo Engie, y, ¿dónde está el baño?”
“Es esa puerta al fondo.”
Engie camina hacia una puerta metálica, con cristales en la parte superior, y la abre.
“Aquí, en el patio trasero, está la lavadora y la secadora. El patio está techado, pueden esperar cómodamente, cubiertos en toalla mientras su ropa está lista.”
Escuchan que Lumila sale corriendo y luego, la puerta del baño cerrarse de golpe.
“Que bueno que se apuró a meterse a bañar, así mojada ya se estaba poniendo muy mal.” César le comenta al guardia Engie.
Después de varios minutos, en los que a César incluso se le pasó el frío y apenas y notaba lo apestoso de sus ropas, él estaba charlando amenamente con Engie sobre la familia de este último, y entonces escuchan un grito que los hace sobresaltarse. Se trata de Lumila, quien sale, apenas cubierta por una toalla, debido al gran tamaño de ella.
“¡No me vean! ¡no me vean!”
“Lumila, tranquila. Mira, en la lavadora Engie ya nos hizo el favor de ponernos detergente y suavizante.”
Lumila pasa corriendo, aterrorizada, frente a César y Engie, en dirección al cuarto de lavado.
“Bueno, tiene razón, está casi desnuda. Engie ahora es mi turno de irme a bañar. Por cierto, no vayas a intentar nada contra ella.”
“¡Por favor César! ¿por quién me toma? No soy ese tipo de hombres.”
Engie, decide mejor retirarse a la caseta de vigilancia, para evitar cualquier tipo de malentendido.
Horas después, ya en la madrugada, César y Lumila están sentados en la mesa de la cocina, tomando crafté. Ya bañados, recuperados del frío y sus ropas lavadas y secas.
En el monitor, César aburrido le cambió a todos los canales. Por lo visto aquí en este mundo, también de madrugada transmiten películas viejas y desconocidas que son verdaderas joyas. A César le cautivó una película de jovenes en un salón de clases. El profesor al que le estaban faltando el respeto, un hombre de aspecto hispano como César, impone su autoridad en cuanto se pone serio, y los alumnos, como consecuencia, se quedan expectantes.
“¡A ver clase! ¡Silencio! ¡Martínez! ¡Cállate! Vamos a hacer un ejercicio para demostrarles los peligros de no cuestionar a la autoridad”
El profesor de la película toma un gran toma un libro y le ordena a uno de sus alumnos:
“¡Camacho! Pasa al frente.”
El alumno, delgado, blanco, rubio, estaba distraído, murmurándole cosas a una atractiva alumna junto a él. El profesor le toma la mano izquierda, le voltea la palma hacia arriba, le coloca el libro en ella, luego se quita su anillo de plata que lleva en su mano izquierda y lo pone parado de canto sobre el libro.
“Camacho, en el menor tiempo posible, recorre el salón hasta el fondo y te vienes de regreso conmigo al frente.”
La clase se rie adivinando lo que a continuación va a ocurrir, el anillo va a rodar al piso en cuanto Camacho trote apresurado hacia el fondo del salón. Camacho se pone en marcha y, en efecto, el anillo rueda, por fortuna él lo atrapa en el aire y, sonriente regresa con el profesor y le entrega el libro y el anillo.
El profesor, juguetonamente, se lamenta en voz alta con su peculiar:
“Ay, ay, ay, ay.”
Y meneando la cabeza viendo al suelo señala a la guapa alumna a la que Camacho le está haciendo la corte.
“Frisia, ve tú, inténtalo.”
Ella se levanta sonriente de su pupitre. El profesor le coloca el libro, igualmente, pero ahora en su palma derecha hacia arriba, coloca de nuevo el anillo parado de canto en el centro y, también le repite a ella, que en el menor tiempo posible vaya al fondo del salón y regrese.
Y ahora, apenas al dar unos pasos veloces, el anillo en esta ocasión sí cae al suelo y rueda hasta chocar contra una pared. Una alumna lo recupera y se lo lleva al profesor.
“¡Ah! Pues simplemente no se puede profesor. Apenas uno camina y el anillo rueda. Uno tendría que ir muy despacio.”
Le comenta Ernst Schummer, el presidente de la clase, y el profesor, sacude violentamente su brazo derecho hacia él, pero se dirige a toda la clase.
“¡Yo no establecí un tiempo mínimo!, solamente dije que se hiciera el recorrido en el menor tiempo posible.”
“A ver, hágalo usted profesor.”
Schummer lo reta.
“¡Enseguida! ¡Ven Schummer! Colócame el libro con el anillo encima en la palma de la mano.”
Schummer se para y camina hacia el profesor, toma el libro y el anillo, que le son ofrecidos por el profesor. El profesor levanta su mano izquierda y Schummer le coloca el libro sobre la palma y el anillo lo para de canto en el centro del libro.
El profesor luego de esto, voltea a ver a Schummer, le sonríe, acuesta el anillo, y lo coloca bajo su pulgar izquierdo para sostenerlo, y a continuación sale caminando a paso veloz hacia el fondo del salón para luego regresar al frente.
Los alumnos protestan.
“¡Hizo trampa! ¡No se vale! ¿Por qué no equilibró el anillo?”
El profesor ejecuta una danza de la victoria y luego levanta sus brazos para silenciarlos.
“¡Hey! ¡hey! ¡hey! ¡silencio! Les acabó de dar una de las lecciones más importantes de sus vidas. Yo en ningún movento restringí el ejercicio a que, el anillo tuviera que estar pararo sobre su canto.
Si algo no está explícitamente prohibido ¿por qué no hacerlo? Y, no sigan ciegamente a las figuras de autoridad, sin cuestionarlas. ¿Qué tal si les están indicando hacer algo incorrecto o inmoral?
No entreguen alegremente sus cerebros a cualquiera.”
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