Alejandro está leyendo su timeline en Twitter, y piensa que ¡caramba! en realidad apenas se terminó la carrera y ¡todos salieron es desbandada! Ni una sola mención ni mensaje directo de sus ex-compañeros.
Sin duda varios de ellos ya hasta deben de haber dejado la ciudad. Ahora, piensa en Sandra y el beso que se dieron aquella tarde, en el jardín al final de la calle. Ella le gusta mucho pero, no desea que sea su novia, además está el problema de la diferencia de edad. Sería todo un problema con la familia de ella.
Y ni siquiera la tiene a Sandra en sus contactos en Twitter. Debido a experiencias negativas en el pasado, él sabe que incómodo es el tener a un interés sentimental en la red social de uno; es como si a uno lo vieran desnudo, no sólo la mujer que a uno le gusta, sino también, amigos y familiares.
Además se vuelve una situación bastante empalagosa el estar todo el día, toda la semana, mandándose mensajes con la mujer que te gusta. Nada más una vez le sucedió y, ha decidido que no lo vuelve a hacer.
Deja su teléfono sobre la cama y, mejor se para, las redes sociales en un instante te consumen 45 minutos, sin que te des cuenta. Agarra su cartera y se sale a la calle, sin su teléfono. Sí es una herramienta útil, pero mucha gente exagera la dependencia que tiene hacia ellos.
***
Alejandro cruza la calle para dirigirse a casa de Sandra, toca el timbre y, para su mala fortuna, es la mamá de ésta la que se asoma a través de las persianas de la ventana de la sala.
Él no quiere que ella se entere de lo que hay entre Sandra y él, así que cuando la señora, malencarada abre la puerta, Alejandro tiene que improvisar alguna tontería.
"Perdón señora, ¿ustedes tienen luz?"
"¿Y no acabas de tocar el timbre?"
(Sonriendo idiotamente) "Pues sí, ¿verdad? Disculpe señora".
"¡Oye! Eres mucho más grande que mi hija, no quiero volverte a ver por aquí. Evítame acusarte con mi marido".
Y la señora cierra la puerta azotandola.
Alejandro, muy absorto en sus pensamientos camina hasta el jardín al final de la calle, donde aquella tarde ayudando a Sandra a componer una canción, la besó.
El piensa que el amor es aleatorio e idiota. Uno no escoge a la pareja que más convenga, sino que, simplemente se fija uno en una mujer con la que hay cercanía física y presencia constante, ¡totalmente al azar! Si su familia o la de Sandra no hubieran escogido vivir en esta calle, ellos dos simplemente jamás hubieran coincidido.
Y ahora reflexiona sobre algo que él ha sentido, en todas las ocasiones en las que ha estado enamorado: el sentimiento no es real, solo se trata de un trabajo de autoconvencimiento. Él puede tener una cita con una joven, besarla, tener manoseos, pero, en los días posteriores, pasar a no sentir absolutamente nada por ella.
Entonces, viene la etapa en la que él se quiere convencer que está enamorado, y procede a ejecutar un tonto ritual, que consiste en comprarle algún obsequio y luego llamarle por teléfono para invitarla a salir para poder entregarle el libro, chocolates, o lo que sea que haya comprado.
Muchas veces él se ha enfrentado al teléfono, situaciones en las que él simplemente no tiene ganas de hablarle a la joven, con la que ya salió, despliega su número y luego su dedo pasea durante minutos encima del botón de llamada. Y envía la llamada por, ¡pura ocurrencia! Si la joven le contesta, su mente produce unos falsos y huecos:
"Te he extrañado", "quiero volver a salir contigo".
Y luego durante la cita (ida al cine, a caminar al centro comercial, pasear en el coche) él se engaña que está muy enamorado. Pero al día siguiente se da cuenta que ¡no siente absolutamente nada por la joven!
Y ellas todo esto lo sienten, y de alguna manera, también se han de autoengañar, con tal de llevar a cabo este juego de "estar enamorados".
***
Alejandro está sentado en la sala jugando Angry Birds, cuando suena el teléfono fijo, sin duda alguna llamada de un banco ofreciendo una tarjeta, él piensa y, por eso la deja sonar un rato antes de contestarla.
"¡BUENO!" A él le gusta gritar al contestar, es que joden mucho los que llaman para ofrecer tontería y media.
"¿Sí? ¿Alex? ¿Eres tú?"
"Sí, ¿quién habla?"
"Soy Fabián".
"¡Fabián! ¡Que milagro! ¿Cómo has estado hermano?"
"Pues ¡nada! Muriéndome de aburrimiento en mi casa ¿y tú?"
"También, ¡oye! ¿por qué no me acompañas el lunes? voy ir a dejar currículos a Pemex".
"Ah, ¡perfecto! ¡sí me interesa acompañarte!"
"Pues OK, así quedamos".
"Y... ¿Qué me cuentas mi buen Fabián?"
"Nada, aquí. Estaba viendo una película de Star Wars".
"¿Sí? ¿Cuál?"
"El Episodio III".
"Ah, a mi me gustaban, pero ahora me parecen de lo más idiota".
"¿Por qué Alex?"
"La Fuerza es una pendejada. Mira, ¿por qué no la utilizan, todos los que la manejan, para aplastar los órganos internos, tanto de oponentes así como de bestias. Eso les hubiera sido bastante útil a Anakin y Obi Wan en la escena de la arena, en el Episodio II".
"Bueno, respecto a eso, sí, yo ya había pensado algo similar respecto a los alcances posibles del uso de La Fuerza, por ejemplo Alex, si Yoda puede sacar un X-Wing de un pantano, ¿no podría Darth Vader al menos aplastar los tubos de combustible al interior de los cazas rebeldes?".
"¡Exacto! En la Batalla de Yavin le hubiera bastado a Vader con quedarse flotando encima de la trinchera, para deshabilitar el escuadrón de naves rebeldes".
"En el Episodio VII, en el duelo entre Kylo Ren y Rey, él la hubiera podido tocar con La Fuerza, para hacerla sentir incómoda..."
"¿Cómo? Aah... ¡Te pasas Fabián!
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