domingo, 10 de diciembre de 2017

Arrebatado, parte 24

Magno Jagger observa la vieja casa de campo, escondido entre la maleza a la orilla del camino. Ha soltado un diminuto drone autónomo que recorre toda la propiedad. La gente si lo ve, pensará que se trata de un escarabajo.

Magno Jagger recibe la imagen directamente a su implante óptico. En la parte posterior de la casa, una gran mujer se encuentra tendiendo ropa recién lavada.

Él, expectante, ya puede adivinar de quién se trata.

“¡Vamos! ¡voltea!”

La gran mujer se agacha a recoger más ropa del canasto y su rostro es revelado a las cámaras del drone.

“¡Ajá! La machorra Lumila Tusiva

¡Ya los tengo!”

***

César lee la carta de despedida que le acaba de escribir a Lumila:

“Lumila, querida amiga.

Te estoy muy agradecido por todo lo que hiciste por mi y por haberme cuidado. Fuiste como una madre amorosa que me cuidó en un momento de suma necesidad para mi.

Lamento mucho que tu ayuda te haya significado el perder tu vida anterior. De no haber sido por ese mensaje que Sisco recibió por error, nuestras vidas hubieran tomado otro camino. Pero, algún poder quiso que supiéramos de la depredación que la admistración espacial realiza del mundo.

En la señora Isort hemos hallado una buena amiga. Ambas se harán compañía, ella está muy sola, igual que tú.

Me tengo que marchar; yo no pertenezco a este mundo.

El relato que el otro día la señora Isort nos contó me mueve a ir en busca de ese misterioso laberinto de piedras en Longwok.

Creo que si encuentro el portal por el que esas jovenes mujeres cayeron, yo podré regresar a casa.

Cuídate. Con aprecio:
César.”

Es muy temprano en la mañana, César deja la carta, en la mesa de la cocina, doblada pot la mitad y solo escribe sobre ella: “Lumila”.

Él sale por la puerta de servicio, llevando una mochila al hombro, con sus pertenencias. Se dirige hacia el restaurante para camioneros. El mismo que muchos meses atrás Lumila y éĺ atravesaron cuando abandonaron el autobús en el que venían huyendo.

***

Un drone ha estado siguiendo a César desde que abandonó la propiedad de la señora Isort. Magno Jagger recibe su transmisión en tiempo real.

“¡Veamos a dónde te diriges terrorista!”

Magno Jagger, por fortuna para la señora Isort, y Lumila, ha decidido centrarse en César por el momento. La grandota Lumila le parece una gran bruta. Inofensiva, como una abeja obrera, haciendo trabajo repetitivo sin cuestionar las ordenes recibidas.

Una vez que haya eliminado a César regresará a ejecutar a las mujeres. Por si acaso le comentaron a la anciana sobre la explotación desmedida del planeta.

***

Hace tiempo que César no se paraba por el restaurante de camioneros. La última vez que vino fue para comprarse una cena para llevar. Él tiene esa amable relación que se desarrolla con desconocidos que uno ve ocasionalmente, como, el personal de un restaurante precisamente.

“Hola Matilda”.
“¡Hola César! Que le trae tan temprano por aquí.”
“Pues para empezar, sirvame un desayuno campesino y, mientras espero, présteme la carta de rutas de autobús.”
“Puede accesarla directamente de su implante”.

“No, no. No hay como el comer y estar leyendo algo junto al plato. Por favor.”

Magno Jagger lo observa desde su camioneta todo terreno con vidrios polarizados. Su vehículo está prácticamente oculto por los camiones de carga que se encuentran estacionados en el lote frente al restaurante. Ni quién sospeche de éste.

***

Dos horas después, César ya se encuentra a bordo del autobús que lo lleva a la ciudad de Longwok, una vez ahí, César de desplazará hasta el laberinto de rocas en el rancho Nanmadol.

Magno Jagger rebasa el autobús con su potente camioneta, al cerrarsele peligrosamente, Magno con el claxon lanza una ofensa.

No es necesario que él siga al transporte. Todo fue tan sencillo como accesar al sistema del restaurante y leer el registro de la compra de pasaje hacia Longwok, hecha por César.

Magno Jagger lo estará esperando cuando el autobús finalmente llegue.

“¡Por los cielos! El pobre infeliz se va a aventar un viaje de catorce horas en un trayecto que se hace en hora y media en automóvil.”

***

César mira por la ventana, nota a la camioneta que los rebasó y que tocó el claxon ofensivamente, pero no le da mayor importancia al asunto. Le parece bello el paisaje, seco, árido y desolado sí, pero le recuerda mucho a México. Y en esta asociación de ideas viene a su mente un capítulo de su infancia.

Recień se había cambiado su familia a una casa dúplex en Los Pastores, Naucálpan y, él se la pasaba encerrado en su cuarto, pero como vivía en la planta baja tenía la ventaja de que podía jugar en el patio trasero, donde asustaba a las pobres lagartijas y, una de ellas que terminó cayendo a la coladera le hizo sentir culpa y remordimiento.

Un día escuchó la voz de una niña que gritaba:

“¡Papá! ¿Dónde estás?”
“Afuera”
“Afuera ¿dónde?”
“En el coche.”
“¡Ya métete!”

Él identificó la voz como procedente de la casa en la acera de enfrente.

Días después la volvió a escuchar. La niña traía un escándalo y el portón de su casa lo golpeaba, desde adentro con una pelota y, ella se reía y gritaba.

Otro día, desde la ventana de la sala de su casa, César vió al papá de la niña que estaba en la azotea, pintando el tanque del gas estacionario y, escuchó a la niña que le gritaba.

“¡Papá! Mamá quiere que ya te bajes.”

Estas y otras ocasiones en las que César escuchó la alegre voz de la niña, formaron una imagen idealizada en su mente. Él se la imaginó morena, cabello negro y largo, delgada, muy inteligente.

Y, naturalmente, César quiso conocerla. Estuvo varias tardes pendiente, se salía a la banqueta de su casa y, sólo se sentaba en su bicicleta, esperando que ella saliera, pero sin suerte. O si no, cuando llegaba la familia de ella, él trataba de verla bajarse del automóvil. Pero tampoco así tuvo suerte.

Un día su mamá le dijo:

“César, te vamos a hacer una fiesta de cumpleaños aquí en la casa. Tu papá va a comprar un pastel muy grande de chocolate con bombones y mermelada de frambuesa. Invita a tus compañeros de la escuela y amigos que quieras.”

El pequeño César se paralizó ante la oportunidad que esta fiesta le presentaba: invitar a su desconocida vecina.

Y así fue que el se armó de valor y cruzó la calle, con cuidado y, tocó el timbre de la casa, lo tuvo que volver a hacer un par de veces hasta que finalmente se abrió la puerta de entrada personal, ya que el gran portón, completo, también se abría para poder meter un auto al garage.

Salió el abuelo de la casa, un señor que él sabía había sido maestro, a pesar de su fobia natural a los maestros César con toda amabilidad le explicó al señor el motivo de su visita.

“Hola señor, soy César, vivo en la casa de enfrente.”
“¡Ah! sí. Claro que te conozco pequeño. Yo soy amigo de tu papá. Dime ¿qué se te ofrece?”
“Mmm, va a ser mi fiesta de cumpleaños, este viernes en la tarde me la van a hacer mis papás y, deseo invitar a su nieta a que venga.”

En eso desde adentro de la casa del maestro se escucha un grito alegre que le es muy familiar. César se emociona pero, quien sale al frente a acompañar a su abuelo y a averiguar, también, que está haciendo, es un niño, más chico de edad que César. El profesor sonriente le revuelve el cabello a su nieto y lo acerca a él, antes de dirigirse a César:

“Lamento que te contaran mal, yo no tengo nieta alguna, solo a él, Miguel. ¿Por qué no lo invitas?”

El pequeño César baja su mirada, fingiendo voltear a ver al niño más bajo que él, pero en realidad ocultando el dolor que se dibuja en su rostro.

“Sí, desde luego. Miguel, te espero el viernes a partir de las cinco de la tarde en mi casa.”

Ya de regreso en su casa, César se sienta en los escalones que bajan al patio trasero. Él está sumamente triste, ¿cómo es posible que la niña que imaginó, que idealizó en su mente no exista? Siente una opresión en su pecho, se siente mal porque ella, el ente que únicamente vivió en su mente, para todo hecho práctico, ha muerto.

Su rostro, sus facciones, cabello, su color de piel, su personalidad, su risa ¡todo era real! Al menos en su mente. ¡Ella existió por un breve instante! Pero ya no más.

Una lágrima se escurre por su mejilla y el llora sobre sus brazos y rodillas.

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