El Karma muerde de regreso.
Un despliegue de patrullas, y una ambulancia forense, atraen a un gran número de curiosos a las inmediaciones del comedor-paradero de traileros sobre la carretera a las afueras de San Luis Potosí. Es una noche fría, pero aún así la gente de las casas cercanas salió a ver que estaba sucediendo. Un reportero de nota roja toma otra imágen más al cuerpo del trailero que quedó sentado en su cabina.
“¡Aléjese, no esté inoportunando!” Un policía de caminos le gruñe en su cara al reportero quien le contesta:
“Esto es de interés público y no estoy obstruyendo su labor. Estoy en mi derecho de registrar lo sucedido. Por cierto, no es necesario que le hagan la autopsia al pobre tipo, ¿ya se dieron cuenta?...” “Cuenta ¿de qué?,” le responde el malhumurado agente.
“El trailero se murió de un susto,” contesta el reportero.
Un anciano con sarape y sombrero de paja, que había estado al pendiente del intercambio de palabras entre los dos hombres, se acerca por la espalda al reportero y en tono sombrío y provocandole un susto, que casi lo mata al igual que al trailero, pronuncia a sus espaldas:
“Es el tercer camionero muerto de susto en lo que va del año. ¿Se dio cuenta que cubrieron sus piernas con una manta?”
“Sí me di cuenta, ¿qué importancia tiene eso?” Y el campesino le contesta:
“Todos los camioneros han muerto mientras se masturbaban.”
Cuatro años antes. María Anaya una alegre y vivaz joven, alta, esbelta y blanca, y un hermoso cabello negro y largo, atiende las mesas en el paradero a la orilla de la carretera; es apenas su primer mes trabajando en el establecimiento; cuando ella comienza a trabajar es como si el sol entrara por la ventana.
“¡María! ¡Ya salió el pedido para la mesa cuatro!” Ella toma la charola del mostrador y se la lleva a una pareja que, con un bebé en su moisés, se disponen a desayunar, les entrega sus platos respectivamente y les desea buen provecho.
“Gracias señorita.”
“Pueden llamarme María, y aquí estoy, para servirles. Si se les ofrece algo más... ¿De vacaciones?”
“No, mi marido buscó trabajo en Ciudad Juárez para que yo pueda estar cerca de mi mamá, habíamos estado viviendo en la Ciudad de México..”
“Así la abuela va a poder disfrutar de este ¡pequeño pillo!” Contesta el marido muy feliz apretando con cariño la naricita de su bebé. María puede ver que esta pareja irradia felicicad y amor. Y suspira porque ella aspira el lograr algo similar, hallar el amor, al hombre correcto y formar una familia junto a él.
“María, ¡María! ¿Qué te pasa? ¡te quedaste parada en medio de las mesas! Ya despabílate y deja de estar pensando en el novio.” Le dice entre regaño y entre tono de broma Don José, su jefe y dueño del paradero. Y para rematar, la llamada de atención, le truena los dedos.
Y así se le va el día de trabajo a María, hasta que concluye su turno a las cuatro de la tarde. Momento en el que ella se desaparece. A Don José, otra de las muchachas que también aquí trabajan, le acaba de pedir permiso de cambiar su turno el día de mañana, ya que desea llevar a su mamá a consulta con el doctor, y él accede.
“Ana, busca a María y dile que venga, le voy a pedir si puede cambiarte su turno para mañana.”
Pero la señora Lore, que atiende la caja registradora le menciona:
“Ella ya se fue; y no me gusta nada, ya van tres días seguidos en los que María se sube a un tráiler rojo con una gran franja blanca a todo lo largo que yo jamás había visto, y cuyo chofer no entra al restaurante.”
Los temores de la señora Lore se vuelven realidad desafortunadamente; menos de una semana después tuvieron que atravesar por la tragedia de la desaparición y posterior llamada a identificar a la morgue el cuerpo de María. Ella no tenía más que a su anciana madre; la señora luego del funeral se mudó a Zacatecas con una de sus hermanas.
Don José fue a quien la policía se dirigió, debido al uniforme del paradero-restaurante que María llevaba puesto el día en que hallaron su cuerpo, para que identificara el cadáver. Él estuvo muy enfermo debido a un conato de ataque cardiaco, resultado de ver el estado del cuerpo de la pobre María. Su rostro había sido arrancado, y las compañeras de María sufrieron terriblemente al enterarse de ésto, y solo les quedó rogarle a Dios que ella no haya sido desollada en vida. Solo un monstruo pudo haber diseñado el abusarla sexualmente, estrangularla y desollarla. Esta noticia tan sangrienta se volvió nota nacional, y como todos los ejemplos de este tipo de violencia extrema, prontamente fue olvidada.
En el presente, en la carretera federal 57, de San Luis Potosí a Querétaro. Jaime Salmerón, trailero maneja cansado, ya el reloj marca las siete y cuarto de la noche, una falla en el tractocamión retrasó su salida. Viaja con la caja vacía, de regreso a la planta de bombas industriales. A la distanica él visualiza a una joven que camina a la orilla de la carretera.
Se empareja a ella y frena con ese chirrido característico de los frenos de aire.
“Hola, ¿necesitas ayuda? ¿Te llevo?”, la joven se detiene y voltea a verlo, Jaime se queda pasmado por que ella le resulta bastante atractiva y deseable...
La joven vuelve a emprender su marcha a lo largo de la carretera, sin decir nada, y Jaime siente el impulso de ir tras ella, se baja de su unidad, la alcanza a paso velóz y tomándola del codo izquierdo la hace detenerse.
“¡Oye!, ya es tarde, y es peligroso que camines así nomás, te pueden atropellar.”
Ella le dirige una mirada de venadita que a él casi le provoca saltarle encima ahí mismo.
“Me llamo Jaime, ven vamos de vuelta a mi tractocamión.”
Jaime se adelante trotando y abre la puerta del lado del pasajero, invitándola a subir. Una fiebre lujuriosa se apodera de él, mientras conduce y fijándose en el camino, de reojo mira hacia la joven, su pálida apariencia, su cabello negro largo, la forma de sus senos. Enciende la radio, música norteña está tocando, ésta apenas y se escucha, porque él la puso a muy bajo volúmen. En la radio CB se escuchan también conversaciones entre otros traileros.
De repente la joven pone una fría mano sobre su brazo y le dice: “desvíate a la derecha, en el camino de terracería que está saliendo de la próxima curva.”
Jaime ya bajo control de sus instintos solo ejecuta esa acción de manera mecánica. Ella le dice que se detenga. Y cuando él la voltea a ver, la joven se está desabotonando la blusa y dejando a descubierto sus senos. Jaime como un perro en celo le salta encima y procede a penetrarla con rudeza animal; como todo buen macho, tras apenas unos segundos termina. Ella lo mira fíjamente y se sonríe, Jaime se pierde en sus ojos y en una fracción de segundo ve una transformación en éstos; ahora él grita sujeto por el horror y el pánico, su pene está siendo mordido por la vagina de ella, puede incluso sentir dientes que le desgarran el miembro, un largo grito lastimero es lo que escuha mientras se desvanece, y antes de morir por el paro cardiaco que esta terrorífica experiencia le causa, puede ver que la joven se transforma en una presencia etérea que se levanta desapareciendo a través del techo de la cabina de su trailer.
Tiempo después. Una bella joven esbelta y, de cabello largo y negro, camina a la orilla de la carretera, unos cinco kilómetros luego de pasar un comedor-paradero para traileros. Un trailer rojo, con una gran franja blanca a todo lo largo, se empareja a ella, el chofer le abre la puerta del lado del pasajero y la invita a subir a bordo.
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