sábado, 12 de diciembre de 2015
ABDUCCIÓN
Willy Schreiber es un escritor que está a punto de llegar a los cincuenta años de edad, su exitosa carrera como autor de thrillers de espionaje y conspiración (sus novelas en versión paperback se pueden hallar en cualquier Wal Mart o Target) le han permitido, al fin ahora, cumplir su sueño de poder vivir en una cabaña en el denso bosque del estado americano de Washington, sobre la costa noroeste del Pacífico.
Es verano y por fortuna los días son muy largos, ya que de otro modo Willy no se aventuraría a salir a caminar el sendero, alrededor de su propiedad, antes de la cena. Y es que, el bosque da miedo, pareciera que mil ojos lo observan a uno constantemente y, en varias ocasiones, él se ha visto paralizado al detectar que ha descendido el proverbial 'silencio ensordecedor'.
Y esto, es increíble, el miedo que genera el bosque, le ha traído como consecuencia problemas familiares que le han arruinado su ilusión por poseer ya esta cabaña.
Sus hijos han pasado dos noches aterrados porque dicen que ven sombras que los espían por la ventana, ¡en la planta alta! Y su esposa dice que siente muy malas vibraciones que la están volviendo loca.
Así que, mañana lunes temprano se van a regresar a Seattle, y ya tienen todo empacado.
Se acabó su plan de pasar todo el mes escribiendo en la 'tranquilidad' del bosque.
Cuando ya viene llegando de vuelta a la cabaña, al completar el circuito del sendero, Willy descubre algo que lo deja sudando frío:
En una elevación del sendero, misma que permite observar perfectamente la cabaña en su totalidad, y al pie de un alto y joven árbol, ¡una docena de colillas de cigarro! claramente recientes, aún hay cenizas incluso. Él lleva años sin fumar, su esposa no lo hace y sus hijos tienen cinco y siete años. Los han estado espiando...
Willy ahora regresa a paso veloz a la cabaña y al llegar, se dirige a su SUV y saca de la guantera su arma. Una Glock 19 de 9 mm. Misma que se introduce bajo la franela sujetándola entre el cinturón y su estómago.
Entra a la cabaña y la cierra y le pone llave. Su esposa que estaba en la cocina preparándole algo de cenar a los niños observó por la ventana cuando él tomó el arma. Y lo llama:
"Willy, ¿puedes venir?" Ahora Willy aparece parándose en la puerta de la cocina.
"Sí amor, ¿que quieres?"
"¿Por qué tomaste el arma?"
"Laura, no te voy a mentir, vi a un par de hippies de mal aspecto estacionados en una pick-up a la entrada del camino hacia la cabaña".
Willy considera que esta mentira justifica que él haya tomado la Glock, al mismo tiempo que le oculta a su mujer que descubrió que los han estado vigilando.
"Y, será mejor que los niños se vayan a la cama luego de que les des de cenar". Agrega.
***
Esa última noche en la cabaña, los niños duermen con ellos; lloraron como si fueran a ser regalados, cuando Laura, su madre, los mandó a la cama luego de cenar.
"¡No mami! ¡Los enanos se asoman por la ventana! ¡Quieren meterse al cuarto!"
Frases como esas repetían ambos, en medio de sollozos, y sujetándose a sus piernas, con sus manitas empapadas en lágrimas y mocos.
Estas afirmaciones de sus hijos, más las colillas de cigarros en el sendero, hicieron a Willy sentir un frío paralizador, pero siendo el papá, tuvo que fingir que todo estaba bien y, junto con Laura, decirles a los niños las gastadas frases referentes a que los monstruos no existen y que todo era debido a su imaginación.
Pero Willy considera, incluso, partir ahora mismo, aunque implique llegar de noche a casa, en Seattle.
***
Es la una de la madrugada, y Willy no puede dormir sentado y cubierto con una colcha, en el sillón. En la cama duermen sus hijos asustados y su esposa. Él se incorpora y deja silenciosamente la habitación; va a aprovechar su insomnio para echar una mirada a través de las varias ventanas de la cabaña. Al pensar en el misterioso fumador del sendero siente un miedo primitivo que está a punto de apoderarse de él, pero su parte racional lo suprime.
Cuando sale al pasillo se da cuenta que otro silencio ensordecedor ha descendido sobre la cabaña, y a continuación, Willy percibe ruidos procedentes de la, se supone, vacía habitación de los niños.
Y lo que es peor, por los bordes de la puerta se filtra una intensa luz azul.
Willy se arma de valor, se acerca a la puerta, toma la perilla, respira profundamente y, en su mente, cuenta hasta tres para abrir la puerta:
"¡UNA! ¡DOS! ¡TRES!"
Al abrir la puerta se encuentra con una visión que lo deja pasmado, seis hombrecillos grises, cabeza grande calva, ojos grandes negros sin párpados, y con diminuta boca y nariz, flotan en torno del par de camas infantiles.
Willy se queda con la respiración atorada a media inhalación, y ante esta confirmación de vida tecnológicamente avanzada no humana, no sabe si reír, llorar o echarse a rezar (como dijo un famoso ufólogo del siglo pasado)
Los hombrecillos notan a Willy observándolos, uno de ellos que porta en sus manos un dispositivo se apresura a introducir algún comando en éste, y con ademanes, indica a los demás que hay que irse "arriba" ya.
Uno de los seres que levitaba fuera del rango visual de Willy arroja algo humeante hacia el bote de basura junto a la puerta, donde él sigue parado. La colilla no cayó dentro, un momento, ¡¿una colilla?!
Un flash cegador azul obliga a Willy a cubrirse los ojos, cuando recobra la vista, todo ha terminado, los hombrecillos han desaparecido, así como las camas...
***
En una estación espacial en órbita alrededor de un mundo color turquesa, se puede observar a la tripulación ocupada en tareas de mantenimiento a los distintos sistemas, tanto electrónicos y mecánicos. Los hombrecillos grises, junto a sus colegas las mantis y los rubios, pueden desplazarse con facilidad, gracias a la gravedad artificial generada por la estación, con forma de rueda, al rotar en su eje.
En la sección de la estación dedicada a la exploración, un equipo de seis hombrecillos despierta de su viaje, facilitado por la dosis de la molécula DMT. Ellos están acostados en altas plataformas.
El descubrimiento del DMT es el evento más importante en el desarrollo de una cultura, ya que, no necesita ser tecnológicamente avanzada. Una sociedad de cazadores recolectores la puede descubrir y aprovechar: viaje mental sin desplazarse físicamente y, acceso a otros universos y planos alternos de la realidad.
En el centro de las plataformas, dispuestas en círculo, se han materializado el par de camas infantiles.
Esa noche, en el periodo de tiempo del turno de los hombrecillos equivalente a su noche, todos descansan plácidamente en los cómodos colchones. Tres hombrecillos en cada cama. Sin duda en su sueño están explorando algún mundo poblado por alguna civilización que también tiene cosas que hacen la vida más placentera, y que eventualmente se apoderarán de ellas.
Relato por Carlos Santillán
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