Hepi abre los ojos, la oscuridad en la gigantesca caverna es absoluta, y el frío insoportable para cualquier criatura ajena a este ambiente. Desde el exterior de la gruta solo llega un único punto de luz brillante, mismo que a esta distancia parece una estrella azul pálida.
Esa estrella azul es La Tierra.
Hepi gruñe y pela los dientes a los otros ghouls que accidentalmente se rozan con él. Tal vez sean un millardo los ghouls, que como Hepi, se arrastran y cuelgan del techo de la caverna.
Ahora, desde las profundidades de la caverna, se escucha un clamor y alboroto cada vez más intenso al contagiarse de excitación multitudes de ghouls, es un agitar y batir de alas, así como gritos, alaridos y gruñidos. La multitud expectante ya adivina que el señor de las tinieblas se aproxima.
Hepi olvida su mal genio causado por los roces y empujones de los otros ghouls, y ya transfigurado por la imagen en su mente de lo que presenciará en unos pocos segundo, con fervor y paroxismo se queda inmóvil mirando en dirección de donde procede el alboroto.
El clamor de los ghouls es generalizado y ensordecedor, como si fuera un general aclamado por sus tropas antes de dirigir al ejército a una batalla, así los ghouls vitorean a su amo, el señor de las tinieblas, mismo que ofrece una vista impresionante que corta el aliento. Cuando al fin Hepi puede visualizarlo, la histeria se apodera de él y lágrimas llenan sus ojos: un ser gigantesco, cuyas alas se baten lenta y majestuosamente, una gran cabeza al frente, sin cuello que la una al musculoso cuerpo, testa redonda, sin nariz ni orejas, con ojos que semejan ventanas hacia la lava de un volcán y una boca con inmensos y amenazantes dientes. Detrás de él una estela de fuego y chispas ardientes marcan el trayecto por el que ha volado.
Y ahora el señor de las tinieblas se aleja en dirección de la boca de la caverna y, hacia La Tierra en la distancia.
Cuando al fin emerge de la gruta, todos los ghouls estallan en júbilo y ahora, y hasta este momento únicamente, vuelan tras su amo.
Los vítores, el clamor y el aleteo generan una cacofanía ensordecedora.
Hepi se suelta del techo de la caverna, donde pasa sus periodos de inacción llevando una existencia volteado de cabeza. Se precipita hacia abajo y luego abre sus negras alas para planear, al fin, la actividad que tanta felicidad le causa; aletea para volar tras el rastro de fuego del señor de las tinieblas. Diestramente evita a la multitud de ghouls, que en todo su alrededor forman una masa prácticamente sólida.
Abajo, en el mundo de los hombres, se ha desatado una nueva guerra, por causa de la maldad e ineptitud del hombre, el señor de las tinieblas, como siempre, nada tuvo que ver con las acciones de los hombres, Dios les dio libre albedrío a estos.
Y el diablo solo cosecha lo que la humanidad siembra.
Y esta cosecha va a ser abundante; una guerra llevada a cabo haciendo uso de los modernos ingenios inventados por los hombres, va a multiplicar, hasta llegar a sumar millones, el número de víctimas causadas por el conflicto, directa e indirectamente: enfermedades, hambrunas, los estragos de la intemperie
El número de almas malvadas a recolectar ¡va a ser inmenso! Estas van a alimentar por miles de años a los ghouls, en una lenta y casi eterna agonía, en la que estas almas van a sufrir, cuando cada partícula de su cuerpo espiritual sea consumida, al servir de alimento.
Solo en casos muy excepcionales, cuando un alma humana ha demostrado poseer una maldad innata, absoluta y pura, ésta llama la atención del señor de las tinieblas y la incorpora, transmutada, al ejército de ghouls.
En su descenso a La Tierra, en las profundidades del espacio, Hepi visualiza en la distancia esa fuente de luz intensa, y que a entes como él los rechaza: el Cielo.
Hepi tiene que apartar su mirada rápidamente, se dice que ghouls han quedado ciegos al mirar el Cielo. Hepi se alegra de no ser una de las almas buenas, que por sus virtudes y acciones positivas han ascendido a ese lugar.
Él con disgusto se imagina que las almas en el cielo pasan la eternidad cegadas por esa luz imposible y que han perdido toda individualidad y juicio al estar alabando a Dios cantándole permanentemente la sílaba sagrada: 'OM'.
En cambio Hepi es feliz volando y bajando frecuentemente a La Tierra como en esta ocasión. Él vuela con un grupo que se ha separado de la multitud, y reconoce que la ciudad que en ese momento ha sido aniquilada por el poder del átomo de los hombres, es Tel Aviv, en Israel. Los ghouls extienden las garras de sus patas y proceden a recoger del éter a cientos de miles de almas malvadas que hasta entonces habitaron ese país.
Relato original por Carlos Santillán
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