sábado, 3 de enero de 2015

Luces espectrales corporativas. (relato original)



Una noche fria y sin estrellas, como siempre en la Ciudad de México, José Luis Baras bebe de su chocolate caliente. -”¡Buenas noches!”, “¡buenas noches señor!, pase.” Le abre la puerta del perímetro de seguridad a un ejecutivo que se ha quedado a laborar hasta tarde en las instalaciones de las oficinas centrales de Petróleos Mexicanos.

José Luis lleva dos años trabajando como agente de seguridad, es un trabajo tranquilo y pacífico. Lo más demandante es hacer los rondínes de vigilancia, abrir la puerta de la calle a los empleados que laboran hasta muy noche, revisar pases de equipos de cómputo que se introducen a las instalaciones, y si acaso reportar a trabajadores que son, muy de vez en cuando, sorprendidos en actos lujuriosos en las oficinas.

El aún no laboraba en Pemex cuando el incidente de la misteriosa explosión que se cobró varias docenas de vidas. “Radio Pasillo” lo atribuyó a un autoatentado para borrar evidencia documental de los desfalcos cometidos en la administración panista de Felipe Calderón.

-”Néstor, que bueno que llegas, quédate al cargo de la puerta de acceso, voy a realizar un rondín por las instalaciones.” -”Pepe, sácate el termo, yo también quiero chocolate.” -”Tómalo de mi morral, ahí en el garrafón de agua están los vasos de unicel.” -Le constesta Jose Luis a su compañero Néstor, otro joven vigilante igual que él.

Y es así que José Luis se encuentra caminando entre los edificios, al llegar a la zona comprendida entre el Edifico “A”, y el “B2”, se topa con la descomunal cabeza de bronce del general Lázaro Cárdenas, su gesto fruncido y hombros desnudos lo hacen ver como una de las cabezas olmecas. Él alumbra los gigantescos ojos con su lámpara, le gusta esta escultura.

Avanza varios pasos más hasta llegar a la Torre de Pemex y, una luz amarilla que se desplaza rápido le llama la atención, fue casi como una pelota de béisbol lanzada, él voltea hacia arriba, el silencio de la noche y el ruido de fondo de los vehículos que transitan en avenida Marina Nacional son las únicas cosas que José Luis puede percibir.

-”Deben de haber sido las luces de un automóvil,” piensa, y camina en dirección del edificio “B1”, cuando de reojo, detecta la luz de nuevo, ahora a espaldas suyas y desplazándose desde arriba hacia abajo, José Luis gira en 180 grados y una vez más busca la luz mirando hacia arriba.

-”¡Esto no fue producido por un carro pasando en la calle!”

Y es así que vienen a su mente relatos que él escuchó en su infancia, en su natal Veracruz, sobre luces observadas en los cerros y que el folclore atribuye a “brujas”.

Emocionado, José Luis camina rápidamente, de regreso, hacia la puerta de salida localizada junto al edifico “C”. Quiere contarle su fantástico avistamiento a Néstor.


Néstor en ese momento se encuentra bostezando sorbiendo de su chocolate y escuchando un programa radiofónico sobre la música de los años 50s en México. En realidad está más dormido que despierto, envuelto en su pesada chamarra. Es así como José Luis lo encuentra cuando llega agitado y emocionado, “¡Hay brujas en la Torre de Pemex! ¡Ven acompáñame!” Néstor casi se atraganta con su chocolate cuando una carcajada se le atora en la garganta, y sin darle tiempo de contestarle, José Luis se da media vuelta y emprende la carrera de regreso hacia el área cercana a la Torre de Pemex.

“¡Hey José Luis!, ¡Espera! ¿Qué se cree éste que así nada más se puede abandonar la puerta de acceso?” Pero la curiosidad es una sensación muy fuerte y ésta le gana, “¡Ah que la...! Total solo van a ser unos instantes,” Néstor piensa esto último y camina a marcha veloz siguiendo el mismo destino que José Luis.

Al llegar a la torre, él puede ver que José Luis ofrece un aspecto idéntico al de los contactados por extraterrestres en las películas de ciencia ficción: su silueta negra contra un fondo lleno de neblina y luz blanca difusa procedente de distantes lámparas de alumbrado público, su cabeza está dirigida hacia arriba, y Néstor se queda pasmado al voltear a ver hacia esa dirección y notar en efecto: “¡Ahí está una misteriosa luz bailarina!”

La bestia de dos espaldas, el ingeniero Martín Morales y su asistente de gerencia la licenciada Claudia Pérez, como todos los jueves cuando se quedan a revisar los contratos a enviar a la dirección, terminan su día de labores con un desenfrenado y animal acto sexual, para no ser descubiertos, apagan todas las luces de su oficina en el piso 13 de la Torre de Pemex, pero como al ingeniero Morales le gusta “ver”, él sujeta en su mano una lamparita que compró afuera con los fayuqueros que se ponen en la banqueta del centro corporativo de Pemex, es de esas lámparas de acción manual, a las que hay que apretarlas una docena de veces para que generen electricidad, y su haz de luz es bastante potente, a lo mejor hasta son usadas estas lámparitas por militares chinos.

“¿No se verá la luz desde afuera de la torre?” Piensa el ingeniero Morales brevemente pero pronto la idea es descartada cuando la licenciada comienza a hacerle el “remolino.”

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