viernes, 10 de abril de 2015

Cazadores de Tesoros (relato original por Carlos Santillán)



Una bola de luz, de cuatro metros de diámetro se forma en el sótano de la casa victoriana, ahora, un trueno, debido al aire desplazado y la materialización del objeto que pasa a ocupar espacio en este tiempo.

Edmund, se encuentra ocupado empacando distintos artículos en la primera planta, como: relojes, lámparas, planchas, jarras, porcelanas; y al percibir la aparición y el posterior trueno, solo lo escucha por un instante antes de volver a su labor. Eso debido a la familiaridad con el proceso de traslocación que efectúa el vehículo temporal.

El vehículo temporal, que en cualquier calle del siglo XXI sería confundido con un auto compacto, ahora emite los silbidos propios de su ajuste a la temperatura del ambiente local. El viaje por el espacio de Planck lo enfría hasta el cero absoluto.

“Aún faltan 15 minutos para que Matthew pueda abandonar el vehículo.” Se dice Edmund a sí mismo al beber de su té y echarle una mirada al reloj de péndulo colgado en la pared.

Transcurrido ese lapso, finalmente se abre la puerta del vehículo temporal, con un silbido de escape de aire. Edmund ya se encuentra en el sótano para recibir a su socio y amigo.

“¡Hola Edmund! Hace más de un siglo que no te veía” “En cambio yo ne te veía desde el viernes, increible que teniendo una máquina del tiempo, me hagas trabajar como negro todo el fin de semana, recibiendo y empacando cosas.” “¡Edmund viejo! ¡No te quejes! Recuerda las maravillosas vacaciones a las que te he mandado. Mira lo que tengo aquí para ti...”

Matthew sacude en el aire un portafolios de aluminio, se acerca a la mesa de trabajo, pone las combinaciones para abrir cada cerradura y al abrirlo, el brillo de docenas de barras de oro, de una onza cada una, ilumina la cara de Edmund, o más bien el brillo es el resultado de la felicidad que esta vista le produce y el reconocer que su trabajo sí rinde muy buenos frutos.

“¡Nuestra operación es todo un éxito!”, Expresa muy animado Matthew y continúa: “En el siglo XXI hay una verdadera locura por la compra de antiguedades, y prácticamente pagan su precio en oro.”

Pero Edmund lo interrumpe al decirle: “¡Eso me lo dices siempre que nos vemos! ¿Por qué lo olvidas Matthew?”

Y Matthew se lo queda viendo y en su gesto se dibuja un gesto que manifiesta el torrente de palabras que fueron interrumpidas, se da media vuelta y continúa luego de olvidar que es lo que le iba a contar a su socio Edmund:

“Por cierto, un cliente me ha encargado bicicletas de esas de rueda gigante al frente, está dispuesto a pagar bastante por ellas.”

“Se llaman Penny-farthing... y ya no se consiguen tan fácilmente, recuerda que en mi tiempo también hay pasado y...”

“¡Lo que sea Edmund! Ah y unas jarras de leche que sean de cobre, son para otro cliente.”



***

Siete años atrás Matthew Smith comunicaba a sus superiores en el Instituto de Física Avanzada de California el descubrimiento de una ecuación que permitía abrir un agujero cuántico con el diámetro y la duración suficiente para que un cuerpo grande pudiese atravesarlo. Esta ecuación también arroja que el agujero de gusano se retroalimenta de la misma energía del espacio de Planck, evitando así el axioma que dice: “no hay lunches grátis en el universo.” Él se imaginaba que en un par de años a lo mucho estaría en Oslo recibiendo el Premio Nóbel de Física de manos del rey de Noruega.

Pero se encontró con la insalvable muralla de envidias de colegas y la resistencia del establishment a ver retado su dogma y teorías. Luego de un desagradable altercado con el director del Instituto ocasionado por un reclamo a la falta de apoyo a sus investigaciones (en el que mucho tuvo que ver que Matthew estaba empezando a salir con la hija de él) el pobre Matthew se encontró expulsado del mismo y en la calle. No le permitieron recuperar ningún documento, ni información, referente a su trabajo, mismos que prontamente fueron enterrados en lo más profundo de los archivos como propiedad intelectual del Instituto.

Ante el prospecto de terminar dando clases de física o matemáticas a adolescentes llenos de hormonas en una escuela de mediana categoría él prefirió ponerse a depurar y a perfeccionar sus ecuaciones; y en un par de años, en el garage de la vieja casa de su madre, generó un agujero de gusano que le permitió mandar un pequeño robot hecho con Legos y dotado de una cámara.

Matthew esperaba que el pequeño robot le mandara imágenes del espacio profundo o de (en una gigantesta casualidad debido a ser el Universo en su mayor parte espacio vacío) un mundo extraterrestre orbitando un sistema trinario.

Pero él se sorprendió al ver que recibía imágenes del mismo garage pero de décadas atrás, ahí estaba el querido Toyota de su madre y la bicicleta roja de él.

Y así fue que descubrió que su ecuación significaba el descubrimiento del viaje en el tiempo hacia el pasado.

Pronto ideó como hacer un diablito y colgarse así del suministro eléctrico público (los recibos de la luz empezaron a llegar por montos escandalosos y él tuvo que, dolorosamente, desembolsar importantes sumas.) Y esto para la siguiente etapa de su proyecto, y una muy personal: Recuperar esa bicicleta roja que tanto quiso y que un día simplemente desapareció.

Con emoción Matthew se dió cuenta que él mismo había sido la causa de la desaparición de su bicicleta en su infancia.

Así que tras varios días de prueba y error, abrió un agujero de gusano lo suficientemente grande, tal y como sus ecuaciones predecían, para que pasara su bicicleta a través del mismo. Matthew se enfundó en un traje de bombero (para soportar las temperaturas del cero absoluto en las dimensión de Planck) y con un par de largos postes dotados de garfios jaló la bicicleta a su tiempo presente.

Como un gesto para alegrar a su versión pasada de si mismo, lanzó después un bolso de cuero con cincuenta dólares en cambio. Pero él se intrigó porque no recordaba haber jamás encontrado ese dinero. Tal vez su madre fue quien los descubrió y se los quedó.

Y ese día Matthew se sintió muy orgulloso y realizado, como si fuése un pescador después de capturar un gigantesco pez espada.

Sucedió que, meses después de su exitosa operación de recuperación de la bicicleta, Matthew organizó una reunión en su casa con sus compañeros profesores del liceo donde él impartía clases a adolescentes llenos de hormonas, entre las cervezas, el barbecue y el partido de fútbol americano en la televisión, uno de sus colegas notó la bicicleta recargada contra la pared al fondo de garage.

Su colega primero le comentó que él en su infancia también había tenido el mismo modelo de bicicleta, y luego éste le rogó para que se la vendiera. Matthew pudo notar que su colega estaba fascinado ante el 'excelente estado de conservación' a pesar de las décadas transcurridas.

“Matthew, sí me vendes esta bicicleta, ¡haré por ti lo que quieras!” “¡Hey, hey, bájale yo no le hago a esas cosas! Si quieres pásame una hermana.”

Su colega se ríe ante ese comentario y continúa:

“Con gusto si tuviése una soltera. Estoy dispuesto a dar los próximos cursos extracurriculares en tu lugar.” “No, falta mucho todavía Don, y a lo mejor ya ni voy a estar en el Liceo el próximo verano.” “Mat, te voy haver una oferta irresistible. ¿Qué dices si te doy quinientos dólares?”

Con mucho dolor, pero alentado por la ambición, y sumado a su mísero sueldo de profesor “freelance”, Matthew accede a venderle la bicicleta a su amigo y colega Don. Este se va felíz con la misma montada en los asientos traseros de su Ford Escort.

Al irse todos, Matthew se echa sobre un sofá pensando que sus esfuerzos por recuperar la bicicleta fueron para nada, bueno, le quedaron quinientos dólares, mismos que Don prometió pagárselos en efectivo el próximo martes, pero él duda que ese monto se asemeje al valor sentimental de su bicicleta de la infancia. Que ya viéndolos por otro lado sí son una muy buena cantidad. Si tan solo hubieran cosas de valor en el garage de su madre en el pasado, las vendería y sacaría una jugosa cantidad de dinero y si...

“¡HEY! ¡Espera un momento!” Se dice a sí mismo y de un brinco se pone de pie.

“¿¡Y si viajo al pasado, traigo antiguedades y las vendo en el presente!? Aquí en Oakland no hay muchas cosas, hubo o más bien no hubo. Necesitaría irme a una ciudad con larga tradición histórica como las de la costa Este, Boston, Philadelphia, Nueva Orleans.”

Matthew camina emocionado de un lado al otro del garage, y en ese instante decide mudarse a Boston a iniciar su negocio de “antiguedades.”



***

Una vez en Boston él se dirige a un hotel barato y de ahí a una agencia de bienes raíces. Llegó sin nada más que una maleta con su ropa y la mochila de su Lap Top colgada al hombro, la vieja casa de su fallecida madre la vendió y el dinero, más los ahorros que ella le dejó, los usó para comprar bitcoins, por fortuna en el lapso de tiempo en que le llevó encontrar la casa apropiada en Boston, no quebró ni lo estafó el banco de bitcoins en línea.

La agente de bienes raíces le mostró varias casas en el catálogo en línea, todas cumpliendo las características que él buscaba: ser casonas con al menos 150 años de antigüedad y con un sótano; pero Matthew se dió cuenta que de ninguna de las viejas casas se tenía evidencia concreta de que hubieran estado en poder de la misma familia.

Y esto era muy importante para él, ya que de esa manera podría saber quién las habitaba al finales del siglo XIX. Matthew no podía instalarse en una casa al azar, construir in situ su máquina manipuladora de agujeros de gusano, viajar al año 1880 y súbitamente manifestarse sin saber si en el sótano iba a causar un desastre incluso mortal, si estuviera gente o, Diós no lo quiera, niños jugando en ese sitio. Además de causarle un gran susto a los propietarios del inmueble en el pasado, con las luces y la explosión.

Matthew quería tener la seguridad de arribar, en el pasado, a un sitio prácticamente deshabitado y así mismo, presentarse al solitario inquilino de la casa.

Días después, al dirigirse a buscar un empleo temporal, Matthew pasó por el viejo Boston, en el área de la península Shawmut, de camino a una escuela de computación que solicitaba un profesor para sus cursos, y fue cuando vió una casona en una esquina, rodeada de grandes jardines con inmensos maples y cerezos, se bajó, saltó del autobús y corrió hacia ella. Una amplia casa en dos plantas y con las evidentes ventilas de un sótano. Él se maravilla observándola cuando es interrumpido:

“Buenos días, ¿puedo ayudarlo?” “Hola, buenos días, soy Matthew Smith, perdón no quise incomodarlo ni asustarlo. Sucede que me gustaría comprar una casa como esta. ¿Dígame ha pertenecido siempre a su familia?”

El extraño que había interrogado a Matthew se aproxima extendiendole la mano.

“Hola, soy Michael Garrett Jr, y sí en efecto, esta ha sido la casa de la familia por generaciones, al menos hasta 1890. Cuando mi antepasado, llamado Edmund Garrett, llegó a América procedente de Inglaterra, él, al igual que yo hoy en día, vivió solo por un tiempo.” “¿No me diga?” Exclamó Matthew emocionado, justo el tipo de casa y propietario en el pasado que él está buscando, y en la fecha correcta además.

“Sí, bueno, en mi caso porque estoy divorciado y mis hijos ya se fueron hacer su vida.” “¿Dígame a qué se dedicaba?, su tatarabuelo me imagino que era su tatarabuelo ¿no?.” “No, él era más bien primo hermano del que sería mi tatarabuelo.” “¡Ah! Pariente lejano entonces.” expresa Matthew alegremente, y el señor Michael Garrett continúa:

”Él era ilustrador de libros, eso fue hasta que un día de la noche a la mañana su situación económica mejoró tanto que se dió el lujo de comprar varias propiedades y un día él y su familia simplemente desaparecieron sin dejar rastro alguno...”

En este punto Matthew lo interrumpe, lleno de emoción:

“¿No le interesaría venderme la casa? Considere que ya es muy grande para usted y sus necesidades; puedo hacerle una transferencia de bitcoins, libre de todo rastreo y de impuestos.” “¿Bit qué? ¿Qué es eso?” “Dígame un precio y se lo pago, esta casa me interesa muchísimo.” “Sí he pensado en venderla, no sería un precio barato, la casa en lo general se encuentra en buen estado y...” “¡Por Diós, dígame un precio!” Lo interrumpe Matthew exclamando en voz alta y agitando las manos frente de él.



***

Una semana después, y prácticamente ya sin un dólar encima de él, Matthew tomaba posesión de la propiedad. Ahora tenía que pasar a la siguiente etapa de su plan: vivir con lo mínimo para tener el suficiente dinero, de su sueldo como instructor de computación, para comprar las partes y materiales necesarios para construir la máquina manipuladora de agujeros de gusano, la máquina del tiempo.

Matthew se encontraba ya molesto por el hambre, había salido temprano ese día para dirigirse al ayuntamiento y en el registro civil poder consultar información sobre el hombre que en el siglo XIX había habitado la casa, el antes mencionado Edmund Garrett. Para su sorpresa sí halló el acta de matrimonio del tal Garrett, casado en 1906. Eso le daba una amplia ventana de operación para su negocio de tráfico de antiguedades.

Acto seguido se dirigió a la hemeroteca para averiguiar si el famoso Edmund Garrett, se había vuelto famoso, o hecho algo notable. Preguntó a la bibliotecaria sobre los periódicos de Boston a partir de los años 1890, y ella le indicó una terminal donde poder hacer la consulta digital.

No pudo hallar nada respecto al señor Garrett, por lo visto llevó una vida modesta y sin meterse con nadie ni, sin hacerse notar en la comunidad tampoco. Aprovechando que la hemeroteca era de hecho la biblioteca pública, se puso a consultar libros de finales del siglo XIX, recordando lo que su pariente lejano, Michael Garrett, había comentado sobre su ilustre familiar, que él se dedicó a la ilustración de libros. Cuando ya casi se daba por vencido, halló un libro sobre la vida de Napoleón Bonaparte, obviamente en su interior ilustrado con reproducciones de David, Gross, Girodet, Meynier, etc. Pero la portada, que mostraba a un Bonaparte de espaldas viendo desde lo alto de una roca hacia el mar, en su destierro en Santa Elena estaba firmada: Edmund Garrett.

Matthew pidió el libro en consulta, pero se encontró con que tenía que pasar por un engorroso trámite para darse de alta como usuario, y hasta un comprobante de domicilio le pidieron, él accedió a todo esto, ya bastante malhumurado, por el hambre, ahora peor que antes , y la prisa que tenía.

Al fin pudo abandonar la biblioteca llevando el libro sobre la vida de Napoleón Bonaparte.



***

Edmund Garrett llega a la casa en el centro de Boston, hace seis meses por medio de un abogado en Londres solicitó ayuda para contactar a alguien que le ayudara a adquirir una propiedad en Nueva York. Siendo literalmente el último miembro de su linaje decidió terminar con su vida en la Inglaterra victoriana y mudarse a América. Prontamente su abogado le comunicó que había recibido un cable de su contacto americano pero que, la propiedad que le ofrecían en venta se encontraba en Boston.

Apelando a un sentimiento interno de aventura y de ir a donde la vida lo llevase, Edmund Garrett acordó comprar la propiedad. Vendió todo lo que tenía y mandó su dinero, y algunas cosas personales, a Boston.

Solo llegó con un portmanteau, y su habilidad para hacer grabados e ilustraciones. Tenía pensado ir a ofrecer su arte al diario local de mayor prestigio para lograr ser contratado.

Varias semanas después, Edmund Garrett, ya se encontraba laborando en el Boston Globe, ilustrando noticias, haciendo retratos de personajes y líderes. También a veces le llegan solicitudes de ilustrar libros y portadas. No se puede quejar, le ha ido muy bién en Boston. Si tan solo tuviera con quién compartir su vida...

Al terminar su jornada de trabajo, y luego de pasar una tarde amena con sus compañeros del periódico en un pub, o bar como los llaman en América, se dirige a su casa. A Edmund le gusta pasar la noche tomando un bocadillo y beber una copa mientras lee a los clásicos de la literatura, no pocas veces el sueño lo ha sorprendido y así se amanece, dormido vestido y sentado en el sofá de la sala y con la lámpara de gas aún encendida.

Pero en esta ocasión él está muy concentrado leyendo un apasionante libro que descubrió en una librería del centro de Boston, sobre la conquista de México, escrito por el conquistador mismo: Bernal Díaz del Castillo, él se maravilla que esta exquisita obra halla sido traducida al Inglés.

De repente una explosión en su sótano lo sobresalta, es como un relámpago y puede escuchar como se rompen cosas que todavía estaban guardadas en cajas, de lo poco que quiso conservar de su vida pasada, las mismas que había mandado por adelantado a Boston.

Edmund Garrett corre al sótano esperando ver un incendio causado por la instalación de gas.

Lo que encuentra es, una nube de vapor que emite silbidos y él percibe que ésta está a baja temperatura; y cuando el humo se disipa, puede ver un extraño objeto que parece ser el casco de un bote invertido.

“¿Pero cómo llegó esto aquí? ¿Una explosión lo lanzó hasta mi sótano?” Se pregunta muy extrañado y lleno de alarma.

Cuando Edmund Garrett se acerca más, nota que hay ventanas en la cosa y él casi se va de espaldas por el susto cuando divisa a un hombre dentro de esa cosa esa. Edmund va a acercarse, pero Matthew, desde el interior, le grita y hace señas para que se aleje, y que no toque el vehículo.



***

Horas después, Matthew y Edmund se encuentran tomando el té en la sala de la casa; Matthew le ha estado enseñando videos de eventos en el futuro, como la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, el alunizaje del 20 de julio de 1969, clips de The Beatles, una explosión nuclear. Todo esto con tal de convencer a Edmund sobre que en realidad él sí viene del futuro.

Edmund ve estos videos, mientras al mismo tiempo hojea el libro sobre Napoleón Bonaparte con la ilustración de portada que él todavía tiene que hacer en un futuro inmediato, lo deposita en la mesa de centro, y se dirige a Matthew:

“Matthew, todas estas películas que me has estado enseñando son increíbles, aunque no es necesario, tan solo de ver tu máquina del tiempo y este cinematógrafo portátil que llamas tablet bastan para convencerme. Mejor háblame más sobre tu idea de negocios de comercializar objetos de mi año al tuyo.”

Matthew muy emocionado, se pone de pie y procede a explicarle, en su peculiar manera de hacer gestos y ademanes con las manos.

“En el siglo XXI hay una afición, una locura por coleccionar y comprar antiguedades, esto es, objetos que en el siglo XIX son artículos de uso cotidiano y sin más valor que el de ser artículos de consumo, lámparas, planchas, carteles, libros, mapas, cajas de hojalata, juguetes, en fin, cualquier cosa que se te ocurra Edmund, y la gente paga prácticamente su peso en oro.” Y agrega:

“Tu labor en tu extremo de la línea de distribución sería el de comprar, recolectar, y empacar los artículos; yo me los llevo a mi época, los vendo, y te doy un porcentaje de la venta, a pagar en oro.”

Y así los dejamos el resto de esa tarde a Edmund y Matthew discutiendo, identificados el uno con el otro por las similitudes en sus vidas, y llenos de emoción por su nueva y extraña amistad intertemporal.



***

Tiempo después, ¿Qué tanto tiempo o como lo medimos? Puesto que tienen un manipulador de wormholes que básicamente es una máquina del tiempo... Consideremos que han pasado unos cuantos años de su exitosa asociación de negocios, misma que les ha dejado excelentes dividentos económicos a ambos. Y es así que los encontramos a ambos acostados sobre curiosas sillas de playa a la orilla de una elegante alberca, en una terraza junto al mar, con el agua de la alberca calentada de manera artificial; en ese momento llega una atractiva mucama que les sirve bebidas.

“¿Ves Edmund? ¿No te dije que iba a ser una empresa muy provechosa nuestra asociación? ¿Qué te parece este resort al que te traje ahora? ¿Acaso no es más espectacular que el anterior?”

“Me gustó más el viaje en crucero que me regalaste para mi Luna de Miel.”

“¡Claro que no Edmund! Aquí tu mujer y tus niños se están divirtiendo encantados de la vida, Laura lleva días enteros haciendo shopping, y tus hijos, apenas amanece, se van corriendo al centro de actividades.”

Edmund se recuesta y admira la vista del gigantesco planeta joviano y sus anillos, más allá del horizonte de un tranquilo oceano azul extraterrestre.

Matthew termina de instalar un impecable telescopio del siglo XIX para observar el planeta joviano, sus bandas de nubes de distintos tonos de azul, y su sistema de anillos. Ahora una pequeña multitud se arremolina en torno de él, al descubrir el 'viejo' telescopio, y un hombre se anima a preguntarle si no se lo vende.



(relato original por Carlos Santillán)

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