sábado, 23 de julio de 2016

Odiseo, parte 30

Alejandro se detiene a la orilla del Periférico, dentro del estacionamiento de un Wal Mart. Quiere experimentar, de nuevo, algo que hace varios años descubrió. La civilización, lejos de ser extraña e intrusiva sobre el mundo, es parte del ecosistema también.

Baja su ventanilla y se recuesta en su asiento, cierra los ojos. El ruido del tráfico constante, suena y ruge como el mar; un mar de caucho, acero y petróleo. La manifestación y, consecuencia, de otra forma de vida más: el hombre.

***

Sandra llega a casa de su amiga Maribel, ellas quedaron de ir hoy viernes al cine. Toca el timbre un par de veces y su amiga le abre la puerta.

"¡Sandra! Entra por favor".

"¡Hola amiga!" "¡Muac! ¡Muac!" Besos al aire sobre las mejillas.

"Sandra, espérame mientras termino de arreglarme".
"OK".

Maribel sube a su cuarto y Sandra se sienta en la sala, saca su teléfono y le echa una mirada rápida a sus mensajes. A su derecha, los únicos seis libros en el librero le causan curiosidad (las demás repisas están ocupadas por porcelanas y cristal cortado).

Se puede conocer lo desconocido de los conocidos, echándole una mirada a los libros que hay en su casa.

Sandra se siente atraída por un grueso libro de bolsillo, que por su apariencia, debe de tener varias décadas de antigüedad. "Mundo Desconocido" editado por Plaza y Janes, en España. Huele rico, a libro viejo. Lo abre al azar y, en una página, ve unas fotos, mal reproducidas y en blanco y negro, que muestran estatuillas de barro representando a dinosaurios, mismas que fueron halladas en el centro de México, según describe este libro.

Sandra, quien es atea, ya se sabe muy bien este tipo de fraude, a veces cometido sin intención:

Un extranjero o profesionista llega a un poblado. A los locales, gente pobre, les presta un servicio relacionado con su profesión (medicina, ingeniería, ortodoncia, etc.)

Los pobladores le pagan con pollos, granos, o arte prehispánico. A veces las reliquias incluyen alguna anomalía que intriga al letrado forastero y, éste le pide a los pobladores que le traigan más de estos objetos, a cambio de una remuneración.

Y así los empobrecidos pueblerinos, ven una jugosa oportunidad de lucro y se ponen a fabricar en series estas anomalías, copiándolas de revistas y libros, y terminan, muy creativamente, vendiéndole ovnis de barro, así como astronautas montando dinosaurios.

Sandra regresa el libro a su posición en el estante y, ahora toma, El Conde de Montecristo, por Alejandro Dumas. Este libro le hace recordar un asunto que se ha estado discutiendo mucho, últimamente en los medios.

Sobre la tan traída apología del delito y glorificación de los criminales, en distintos medios como corridos, telenovelas y películas. De lo que ella recuerda de El Conde de Montecristo, Edmundo Dantes se codea con piratas y bandoleros que lo ayudan a perseguir sus metas, a lo largo de la trama en la novela.

Reflejar en las distintas manifestaciones artísticas las andanzas de los criminales, es algo que se ha hecho por siglos; y el prohibir hacer esto, solo lobotomiza a la expresión artística; además que, ocultar el crimen, no lo desaparece.

Maribel baja ahora corriendo como rayo, y al verla, Sandra regresa el libro a su lugar.

"¡Ven Sandra! Le llamé a mi vecina Lore, y... se nos va a pegar, su mamá le prestó la camioneta. ¡Vamos a su casa!"

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